Todo esto ocurre -al menos supuestamente- de forma automática. En realidad, sin embargo, detrás de todo ello hay complejos desarrollos y procesos informáticos. No como un fin en sí mismo, sino para aumentar la rapidez y la eficacia. El sistema no sólo conoce la cantidad de productos disponibles, sino también las fechas de caducidad, y puede señalarlo en consecuencia. Al escanear los códigos de barras de los productos individuales, así como las cajas y la etiqueta, que se crea individualmente para cada pedido, el sistema avisa si faltan artículos o incluso cajas enteras. Los empleados del almacén trabajan con un dispositivo portátil que contiene todos los sistemas y la información.
El factor humano sigue siendo crucial
"Antes las listas de pedidos se hacían en papel, lo que llevaba tiempo y era más propenso a errores", explica Paduraru. Ahora casi todo en el almacén se hace sin papel. El objetivo de todos los esfuerzos: Reconocer los errores lo antes posible, para ofrecer a los clientes el mejor servicio y, al mismo tiempo, trabajar con la mayor eficacia posible. "Además, los recolectores no deben experimentar ningún problema durante su trabajo, sino que deben ser capaces de hacerlo todo sin problemas", dice Paduraru. Al fin y al cabo, las personas siguen siendo el factor más importante del almacén. No sólo recogen la mercancía, sino que también hacen lo que los ordenadores no pueden: reconocer un tomate podrido (algo que puede ocurrir a pesar de toda la tecnología), manipular la mercancía sensible con especial cuidado o asegurarse de que el detergente no se envasa junto a los plátanos, por ejemplo, para evitar riesgos para la salud y cambios de sabor. "El trabajo en el almacén sigue caracterizándose por las personas, con el apoyo de las TI".