¿Es utópica la sostenibilidad?

Cuando nació mi abuela, no había ni 2.000 millones de personas en el planeta. Hoy somos casi 8.000 millones de personas. Al mismo tiempo, el consumo de materias primas se ha multiplicado por ocho y el de energía por diez. Llevamos décadas debatiendo sobre la sostenibilidad y los "límites del crecimiento", como rezaba el título del primer informe del Club de Roma en 1972. En 1992, la comunidad mundial acordó en Río el objetivo del desarrollo sostenible, y en 2015 los 17 objetivos de sostenibilidad de la ONU que deben alcanzarse para 2030. Sin embargo, no se vislumbra un cambio de tendencia. El cambio climático, la deforestación de las selvas tropicales y la extinción de especies no cesan.

¿A qué se debe? ¿Y qué se puede hacer al respecto?

Por desgracia, no hay una sola razón, sino muchas y muy diferentes. Entre otras cosas, tiene que ver con el hecho de que los precios no dicen la verdad ecológica porque no incluyen los daños medioambientales asociados a los productos; que no existe un marco regulador mundial eficaz para hacer frente a los desafíos globales; que tenemos enormes disparidades sociales en el mundo -quienes ni siquiera pueden alimentar a sus hijos hoy no pensarán en las generaciones futuras- y que todos somos a menudo demasiado cómodos y no hacemos lo que realmente creemos que es correcto.

En mi investigación, he formulado principios de comportamiento sostenible para apoyar a estos distintos agentes en sus acciones concretas. Estos principios se refieren a ámbitos muy distintos de la vida: nuestra interacción con la naturaleza, la interacción humana, nuestra relación con nosotros mismos y nuestra interacción con los sistemas. Algunos principios se dirigen a grupos concretos de agentes; el "principio de quien contamina paga", por ejemplo, se dirige al Estado. Cualquiera que cause daños también debe pagar una compensación, la idea que subyace al impuesto sobre el CO₂. Otros principios se dirigen a todos los grupos de interés: Todos y cada uno de nosotros podemos contribuir a la "descarbonización", por ejemplo, es decir, a evitar los combustibles fósiles, a través de nuestra elección de transporte, la compra de electricidad, la organización de las vacaciones, las inversiones financieras y, por supuesto, el comportamiento del consumidor.

En general, también merece la pena ser consciente de la comida. Cualquiera que haya ayunado durante unos días no puede más que frotarse los ojos ante lo irreflexivamente que comemos a menudo. ¿Cuándo fue la última vez que sólo comí y saboreé? ¿Y sin hacer nada más? ¿Sin ver la televisión, hablar por teléfono o incluso trabajar? ¿Soy consciente del valor de lo que como? ¿Cuánto trabajo y esfuerzo hay detrás antes de que llegue a mi plato? ¿Y que, en el caso de la carne y el pescado, los animales incluso tienen que dar su vida para que yo pueda disfrutarlo? Menos puede ser más. No se trata de prohibiciones, sino de calidad de vida.

Entonces, ¿es utópica la sostenibilidad?

Depende. El historiador Thomas Nipperdey entendía una utopía como "un mundo que está bien"; que está "organizado de tal manera que la gente es feliz en él". Una vida que es feliz, y eso era tan cierto en tiempos de la abuela como lo es hoy: ¿quién no querría eso? En este sentido, la sostenibilidad puede describirse como una utopía. Una que puede hacerse realidad. Que eso ocurra depende de nosotros.